lunes, 16 de junio de 2008

De los días felicies: cuando nos conocimos...

La verdad no lo recuerdo también como quisiera. Sé que desde el principio sentimos algo, más bien con tendencia a malo. Ciertos grados de repulsión no sé si a nosotros o a lo que tarde que temprano pasaría: la amistad. Ese paso que muy pocos se atraven a dar y que a nosotros nos costó tanto trabajo reconocer, mucho tiempo haciéndonos la vida un poco, tanto más que mucho, imposible.
Te reconocí poco a poco, queriendo adivinar que había detrás del niño de oro. De ese hombre que cocinaba, que escribía, que gritaba, que reía y que se escondía de lo que realmente era.
Los años pasaron y pasaron... poco a poco te me hiciste indiferente; así como se escucha, me daba lo mismo tu existencia, tu paso no se escuchaba en mi corazón ni tu olor se filtraba por mis pupilas ni aspiraba tu alma a través de la mirada, mi cabeza y mi amor estaba concentrada en otras manos, en otro cuerpo, en otra piel.
Y de pronto la primera separación... y aún así no te reconocía.
El día que te conocí, tus ojos estaban tristes y los míos también. Lo sabía porque poco a poco te fui construyendo un castillo, primero en mi cabeza, luego en mi corazón, hoy en todo el cuerpo.
Aspiraba que llegaran las 6 de la tarde para mirarte, para olerte, para reconocerte, poco a poco, sin prisas.
El día que te conocí no fue el primero que cruzamos palabras sino el primero que nos hablamos, con la verdad en los labios. Tú viviendo un luto, yo viviendo otro, sin grados de comparación pero cada quien con su duelo interno.
Ahí estabas, consolandome y tranquilizando mi rabia... ahí estaba, estudiando cada línea de tu mirada, cada peca de tus mejillas... Estabamos ahí: observando nuestras almas, bajo la lluvia del patio del trabajo, escondiéndonos de esa mirada que nos persigue y que nos tiene agarrados.
Esa noche fue cuando nos conocimos, cuando comenzamos a reconocernos...

(continuará...)

No hay comentarios: